Ir al contenido principal

Lo que se borra al final

Dibujados en líneas punteadas nos encontramos, yo tenía una lágrima, ella ganas de no dormir sola. Conseguimos un lápiz en un lugar de empeños; tarea difícil, no venden mucho a gente así. Contra todo pronóstico, mi mano, luego de dibujarse a sí misma, logró hacer un trazo en ella. Unir sus separaciones, juntar un brazo, armar su pierna, sus pechos, su espalda. Su cara fue una sorpresa. No esperaba que fuera tan linda. Que no se malentienda, ya era linda, pero no tenía brillo: sus ojos estaban apagados, los párpados caídos y unas bolsas negras debajo lo opacaban todo aún más. Luego de mucho tiempo, años, uniendo línea por línea todo el contorno, logré completar su cuerpo. Pero me había casi acabado el lápiz, quedaba poco. Tuve que pedirle que hiciera los trazos delgados al dibujarme, que tuviese cuidado con los errores, que me completara aunque fuera un poco transparente. Mi sorpresa vino cuando ella se dio cuenta de que el borrador estaba entero. Lo sostuvo entre los dedos, lo extendió hacia mí y me pidió que le dejara una línea —una sola— en la comisura de su boca. “Para acordarme”, dijo. Después, con calma, apoyó el borrador sobre mí, hasta que dejé de estar.

Comentarios