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Lo que no se puede tocar

Se despertó caliente, con una erección de los mil demonios que haría salivar a la exesposa. Llevó la mano al short, acariciando como si de un cañón se tratase; sintió la sangre bombear más fuerte, más rápido, más rico. Pensó en todas las que han pasado por esa cama "nueva" desde que compró el colchón. ¿Quién lo estrenó? No recuerda. ¿Cuál fue la última? No sabe. Esta puñeta le estaba costando tanto, a pesar de la preparación del falo, de haber amanecido listo para ella, que no lograba concentrarse y eyacular. El corazón no se lo permitía. Es él quien está triste, es él quien necesita el estímulo. ¿Cómo le haces una puñeta al corazón? ¿Cómo le alivias el peso y lo dejas listo para dormir? ¿Cómo lo preparas para un día más de rutina? Abrió la boca grande como si midiera el puño. Sus dientes están en el camino. Los labios son cosa fácil; se abrieron al primer empujón. Los nudillos descarnaron dejando cachos en los colmillos. Detrás, la lengua es húmeda, se retuerce y se enrosca ante el paso de los dedos e intenta lubricar con más saliva, arqueando el paladar para hacer espacio. La campanilla, temblando de miedo, trata de repicar, pero no puede. No hay movimiento; se repliega. Sus ojos aguaron por el esfuerzo. Parpadea como queriendo hacerlo más fácil. Fingen, como si no lloraran. El túnel al frente es muy estrecho. Aquella vez en que casi se ahoga, no cabía un pedazo de carne que no tenía ni la mitad del tamaño de su mano. Primero se contrae y aprieta más la mano. Siente la cabeza ligera por la falta de aire. Encuentra un pasillo hecho de carne, que engulle todo. Ayuda al paso. Ya no hay empuje. La frontera del diafragma, que separa lo digestivo de lo vital en el tórax, se desgarra dentro de su cerca de costillas; es ya de un tamaño que le permite más libertad de movimiento. Sus ojos van al techo, las lágrimas se han secado. Ya no llora, pero su piel cambia de color. Un azul tenue, pero profundo. Siente los latidos en todo el cuerpo. Ya no hay resistencia. Se ha cansado. Al fin, el destino: un músculo compactado, latiendo rápido, pero tenue. Intentó acariciarlo. Apretó. Frotó. Buscó el placer. El alivio. La liberación. Pero un corazón no se deja tocar así. El corazón se apagó despacio entre sus dedos. No hubo testigos más que un gato. Nadie volvió a verlo, hasta que el olor habló por él.

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